Un año en la vida de Larués
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Avelina Ferrández escribió este relato siendo ya adulta, cuando vivía en Hospitalet de Llobregat (Barcelona). En él narra sus vivencias de niña, desde la nostalgia que produce el paso del tiempo y la lejanía del pueblo, siempre añorado.
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Larués es un pueblecito pequeño, con sesenta viviendas, más o menos. Sólo en verano permanecen abiertas casi en su totalidad. Durante el resto del año las mitades quedan cerradas y sus moradores vuelan a la ciudad donde cada uno de ellos tiene su medio de trabajo. Es una lástima: el pueblo queda un poco triste y solitario, y sus ausentes hijos, nostálgicos del pequeño rincón que les vio nacer, respiran el aire contaminado de las grandes ciudades en donde ganan el pan de cada día y se rodean de comodidades. Pero este motivo no anula los deseos de volver a contemplar sus montañas, circundadas de verdes pinares y recortadas en el azul del cielo: algo que en la ciudad les está vedado, y así sueñan año tras año con ver de nuevo a su pequeño Larués.
Su suelo es rico; su tierra es fuerte y fructífera, siendo sus principales riquezas el ganado y los cereales. La vegetación es escasa, el río brilla por su ausencia, pero existen buenos manantiales que satisfacen las necesidades de sus moradores. Sus habitantes se esfuerzan por trabajar un trozo de su tierra y sembrar hortalizas, que malriegan con las aguas de barrancos y arroyuelos.
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Larués es un pueblo que se ha promocionado como cualquiera de la Comarca: agua corriente, alumbrado eléctrico, teléfono, calles pavimentadas… y un hermoso frontón para jugar a pelota, siendo uno de los mejores alicientes de la juventud. Es una lástima: ¡queda tan poca…!, y a pesar de lo bien que se vive se añoran los años que quedaron atrás, ya que, si bien se trabajaba fuerte, las familias estaban unidas y los jóvenes no sentían su carga, con la esperanza y la ilusión que dan los años mozos.
¡Cómo quisiera que mi pluma supiera plasmar en el papel la vida y costumbres de antaño!: algo que se va renovando y queda en el olvido, algo que para las generaciones venideras fuera como un estímulo, un acicate en la lucha por la vida. Si bien la Cultura y el Progreso son la meta de nuestra generación, no debemos olvidar aquellos valores y esencias que caracterizaron a nuestros antecesores, y unidos a los de nuestra época, reconstruir un mundo nuevo, un mundo mejor, en el que el egoísmo y la injusticia diesen paso a la comprensión y el amor entre los convecinos.
Larués, como mi mente se va perdiendo en el tiempo, voy a hablar de ti por orden.
Enero
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Enero, siempre eres el primero. También mi pluma va a darte este privilegio, y vas a ser tú el punto de partida de este humilde y verídico guión.
Año Nuevo, vida nueva. Así empieza un año más en nuestras vidas. ¿Qué quiere decir vida nueva?: un análisis del año que pasó. ¿Nos sentimos satisfechos de lo que hemos rendido? Quizá un gusanillo en la conciencia nos recrimine y nos diga: “Has de perfeccionarte, amigo… puedes dar de ti mucho, muchísimo más”.
Aquí, en esta tierra, te recuerdo muy frío. Cuántas veces has comenzado con una fuerte nevada, que al poquito calor del sol se derrite para convertirse durante la noche en grandes heladas que, con las calles llenas de piedras, constituyen un verdadero peligro para los transeúntes.
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En los goteriles de tus tejados quedaban colgados hermosos churros helados que eran la atracción de la gente menuda. En esta época del año las faenas campestres quedan paralizadas. Sin embargo, los ganados, como seres vivientes, debían ser cuidados y alimentados. Los corderillos pequeños en este mes se quedaban al abrigo de los corrales, esperando con su dulce balar el regreso de la madre oveja y algunos alimentos proporcionados por la mano del hombre, suaves y ligeros para sus tiernos dientes.
¡Cómo llegaban los pobres pastores, con sus zamarras de piel, sus polainas para preservarse del frío y de las nieves!. Descalzaban sus abarcas de goma para quitarse sus calcetines mojados, calcetines de lana gruesa tejidos por las manos de la abuela o de la madre. ¡Cómo chisporroteaban los leños del fuego!; y así, al calor de la lumbre y después de una cena caliente consistente en la clásica sopa de ajo o potaje (guardado especialmente para el pastor), un trozo de tortilla de patata o bien bacalao o sardineta, siendo el postre considerado como un lujo, “salvo días especiales”, iba entrando la noche. Eran hermosas aquellas reuniones familiares: las mujeres, atareadas durante el día con el cuidado de animales, comidas y demás faenas domésticas, durante la noche hilaban la lana, tejían o remendaban la ropa, pues, como es sabido, el hombre labrador destroza mucho sus prendas con las duras faenas. Entonces no existían fibras “acrílicas”. La pana de algodón, que en su mayoría vestían con el frío, quedaba pronto desgastada por la maleza, y también al contacto de los fuertes elementos de la Naturaleza.
¡Cómo reía el grupo familiar!: contaban sus aventuras por pequeñas que fuesen, hacían proyectos o castillos en el aire, pues “de ilusión también se vive”, para luego enfrentarse con un nuevo día, quizá duro y frío, pero con el corazón palpitante de optimismo y gozo. Los días transcurren, y llega el 5 de Enero. Mis hermanos jóvenes se van al café. Víspera de Reyes es una tradición echar “Damas y Galanes”. A los pequeños nos mandan a la cama después de haber dejado nuestro zapato en la ventana, no siempre nuevo, y a soñar como todos los niños. Las chicas esperan ilusionadas el nombre del “novio” que les cae en suerte, siendo a veces disparatado. Desde la ventana del café van surgiendo las improvisadas parejas, entre gritos y bromas. Abundaban más los chicos, y para que todos tuvieran su correspondiente “novia” se añadían a la lista de “DAMAS” alguna borriquilla o cerda… Así, entre estridentes carcajadas, celebraban algo que viene de muy lejos y que se ha ido perdiendo con el paso del tiempo. Es costumbre que el día de Reyes el “Galán” invite a su “Dama” a bailar alguna pieza (aunque tenga otro compromiso), obsequiándola con alguna barra de turrón. Ella habrá de devolver la fineza con seis tortas típicas del pueblo en la Fiesta Mayor.
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Los niños ríen felices. Se comen las golosinas sin añorar juguetes u otras cosas por el estilo. Éstos los construyen ellos mismos. ¿Cómo pueden anhelar algo que nunca conocieron?. En estos días de frío se acude al lavadero público para lavar la ropa con el agua sobrante de un manantial. ¡Cómo se ríe y se charla mientras se lava!. A pesar del frío resulta divertido. Los jóvenes y mayores acuden a dar agua a sus bestias, dejando escapar alguna mirada o broma a las chicas que lavan. Son cosas pequeñas, que están llenas de misterio y encanto. Pronto hay que acabar de lavar la ropa para aclararla en el barranco de agua cristalina, pero tan fría que, si el sol se ha ocultado, te quedan las manos moradas y dormidas.
En este mes suele hacerse la matanza del cerdo. Todavía persiste, pero tiende a desaparecer. Los hombre pasan un día buenísimo; después de haberlo matado, pelado y arreglado, comen su buena chinchorra y buen trago de vino. Tras atender el ganado que no ha ido a pastar, se les hace una buena comida, con postre, café y copas, jugando después a las cartas… Para el hombre es una gran fiesta. Entre tanto, la mujer prepara parte del mondongo, como son las morcillas, las tortetas, que se hacen con sangre, arroz, especias y demás ingredientes. Al día siguiente se trituran sus carnes y se elaboran sus embutidos, dejándose parte de él en conserva. Aunque todo ello es pesado, el cerdo tiene cosas muy buenas, como es el jamón, que cuesta de secarse, comiéndose principalmente en verano.
Otra cosa que se ha perdido definitivamente es la “masada”. ¡Qué rica torta!. Los panes eran grandes, y hasta pasadas 24 horas de su cocción no podían comerse, haciéndose las ya aludidas tortas simplemente con aceite, azúcar y chichones. Os diré en secreto que en mi infancia más de una vez tuve que acudir al aceite de ricino… ¡Cómo se trabajaba!: llevar la leña al horno, cerner, hacer la levadura, amasar al día siguiente, poner brasas en el granero, pues con el frío no subía; luego, a correr para que no se agrie y salga buen pan. Cada uno ponía su marca, pues el horno era público, y ya de antemano se preparaban las hornadas.
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Ya se acerca la fiesta mayor, san Vicente Mártir. Es entonces cuando se preparan las ricas tortas de Larués, con huevos, harina, gaseosas y azúcar. ¡Qué olor más rica!: huele a torta, pero también huele a fiesta, y la juventud espera anhelante su llegada. Yo, muy niña, qué feliz me siento, qué limpia la casa: con cortinas nuevas, las camas vestidas con sábanas y cubiertas de fiesta, guardadas en una arca que a mí me estaba vedada y que tenía un encanto especial; algo había de mis antepasados, y también de mi madre, a la que no conocí, y me deslizaba entre mis hermanos mayores cuando las volvían a guardar, y a esperar otro año.
Ya estamos en 21 de Enero; los músicos han llegado; todo está preparado con antelación. Los jóvenes salen un rato al café. Sin embargo, las mujeres tienen que limpiar y planchar mucho. Se hace una rondalla por la calle, con alguna jotica. Parece que todo se vista de gala, sobre todo si el ánimo va al compás. Llega el día 22; todas las mozas dan tortas para que coman los músicos y también los mozos, que acuden por la mañana a comer torta con anís. Lo primero es la Misa Solemne, con la presentación del santo patrón por las calles, con el consiguiente sermón sobre la vida del santo. Se escucha una música de fondo: el violín suena con sus notas melódicas y armoniosas, penetrando dentro de todos los seres. Yo os diré que sentía un estremecimiento interior, algo inexplicable, angelical, como si la sangre me quedase paralizada por la emoción. Así hacía sonar el violín Antonio, y su hermano Eduardo, ciego, la guitarra. Vinieron tantos años… No creo que otros pudieran igualarlos. Eran de Siétamo. Dudo si viven. Hace de esto muchos, muchos años…
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También se pasaba a adorar la reliquia del santo. Concluida al misa se preparaba la rondalla. El primer escogido era el sacerdote. En su puerta se cantaba una canción y él les obsequiaba con una copa de anís y la consabida torta-buena. Luego se recorrían las calles del pueblo, deteniéndose en todos los portales en los que había mozas. El ama de la casa los invitaba, con la correspondiente bandeja y botella, por cierto, la más bonita que hubiese en la casa. Terminada la rondalla y sus buenas jotas, daba comienzo la primera sesión de baile. Se hacían rifas para sacar algún dinero y la fiesta se convertía todo en lo mismo hasta aquí explicado.
La música era muy suave, pudiendo las parejas alternar y hablar a su gusto. Los chicos y chicas aparecían en el salón muy guapos y atractivos. También la gente mayor acudía para curiosear y divertirse. Venía mucha gente forastera, y como apenas había medios de locomoción, permanecían en el pueblo todas las fiestas. El segundo o tercer día aparecían a torrentes, debido a que se empalmaban las de San Vicente con las de San Sebastián, que eran dos días antes; así, entre repiques de campanas, rondallas por las calles, baile y alguna copa de más, se daban fin a las fiestas “patronales”, que duraban cuatro o cinco días. Una vez terminadas, sólo quedaba algún buen recuerdo, ilusión o desilusión, y mucho sueño en el tintero. Me despido de ti, querido Enero, y empezaré con Febrero, que, si bien es corto, también hace de las suyas.
Febrero
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Tu mes tiene algo de magia: conservas los fríos y las nieves, pero tienes algo que sólo es tuyo, los “Carnavales”.
Tu fiesta no tiene fecha, pero te diré que eres dominguero y un poco extravagante. Resultas muy divertido. Haces tu aparición después de comer. Los chiquillos se asustan cuando te ven reflejado en máscaras grotescas, arremetiendo con la escoba en la mano a cuantos están en las calles, que corren a refugiarse en los portales o en el interior de las casas. Con tus esquilas y cencerros vas alborotando el pueblo.
El atuendo da nueva vida, gran osadía, como si se poseyese otra personalidad. Cuando has perdido el anonimato, se te fue el encanto, majo… Y así llega la sesión de baile. Los cencerros callejeros acuden a interrumpir a las parejas, que muchísimas veces tienen que subir a los bancos, pues son tantas las bestialidades que cometen que, de no tener cuidado, alguien puede resultar lastimado. Muchas veces bailan formales. Con su disfraz y grotesca cara te miran frente a frente, desfigurando su voz sin que una pueda adivinar la identidad de su pareja. Resulta muy divertido. Así, entre bromas y risas, desaparece el primer día de carnaval.
El segundo día los mozos van recogiendo por las casas para hacer una merienda exclusivamente para ellos. La mujer, como podéis ver a través de mis líneas, está bastante marginada. Las grandes juergas siempre las disfrutan los varones.
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Todavía el mondongo está secándose en las cocinas. Las palangas, con sus longanizas colgadas, son retiradas, pues en estos días de carnaval peligran, dada la frescura de las “mascaritas”. La dueña obsequia a los mozos con un buen trozo de longaniza casera, que a veces se perdía en el estómago de algún goloso, y un buen trozo de tocino que se trinchaba en un gran espedo de acero. Son los que entran en “quintas” los encargados de la recolecta, aunque les acompañan los recién licenciados y algunos amigos de la juerga. Bien calientes, con buenos tragos de tinto, cuando acababan el recorrido depositaban los restos en el bar, donde les hacían la merienda, acudiendo todos los mozos del pueblo. Se come la longaniza y una tortilla con tocino, con su buen porrón para mejor hacer la digestión sus estómagos. Así se entonan para la juerga, no sin antes tomar melocotón con vino rancio.
Otra vez con los disfraces carnavaleros. Es el principal objetivo. Los niños, que todo lo quieren ver, se esconden entre la gente mayor o se asoman por las ventanas. Las mascaritas pasan con sus cañones y cimbaladas y una escoba vieja y sucia que remojaban en algún charco, amenazando y encorriendo a quienes encuentran.
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Yo os diré por mi parte que más de una vez me escondí debajo de alguna cama. A veces no valía con que las puertas estuviesen cerradas, pues escalaban las ventanas, si desde allí alguien les decía algo. Los chiquillos eran muy aficionados a gritar: “mascarita sin camisa, si te acercas me das risa…”, y ellos entonces se alborotaban más y más.
Gustaba mucho descubrir la verdadera identidad de la máscara, resultando a veces alguna persona mayor de la que no se sospechaba, siendo esto más divertido. Por la tarde, en el salón de baile, se hacía el “entierro de la sardina”, saltando y bailando con los cañones y esquilas todos en corro. Introducían en el lugar todo lo que encontraban: argaderas para el estiércol, aperos de labranza y muchas cosas que sería largo de enumerar. Duraba el baile hasta las diez. Sobre las once, dos mozos iban gritando por las casas: “Que vengan las mozas a bailar”. Ello se hacía así mismo durante el año. El que tenía novia y sus padres lo aceptaban era el que la llevaba al baile, que se prolongaba hasta las dos de la madrugada. Era entonces cuando gracias al silencio y a la ausencia de niños se podía disfrutar de la música que ofrecían el acordeón, la bandurria y la guitarra. A las chicas que no tenían hermanos mayores no las dejaban en general salir por las noches.
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El tercer día de carnaval por la mañana se solía hacer algún trabajo o se dormía, y a media tarde se salía a las calles chicos y chicas disfrazados, pero no grotescamente, sino con bonitas ropas guardadas cuidadosamente en los baúles para ciertas ocasiones: echarpes, faldas antiguas, corpiños, enaguas con ricos bordados, …; en fin, iban aparejados con todo lo necesario, acompañándose con los silbetes, gracias a los cuales anunciaban su presencia. No llevaban la cara tapada. Tras ellos seguían las esquilas y cimbaladas. Este día no era “el terror”, sino la atracción de los chiquillos y grandes, pues tenía este desfile un encanto especial. Así vestidos acudían al baile, pues, en general, estaban favorecidos, resaltando sus encantos personales.
Así, más o menos, se despedían los Carnavales. La Semana Santa estaba a la vuelta de la esquina, y el baile quedaría prohibido hasta Pascua de Resurrección.
Miércoles de Ceniza era el comienzo de la Cuaresma. Como es costumbre entre los católicos, nos hacían una cruz en la frente con ceniza, que no creo necesario decir su significado. Tiempo de ayuno, vigilias, y, por lo tanto, de reflexión espiritual.
El baile, como dije anteriormente, quedaba precintado hasta la Pascua. Ello no era impedimento para que la juventud se divirtiese. Era una tradición que durante la Cuaresma se celebrasen novenas a los santos: la primera se dedicaba a las almas del Purgatorio, después a San Ramón Nonato y, por último, a San José, procurando coincidir con el día de su onomástica. Era bonito escuchar los cánticos. Las chicas elevaban sus voces, que resonaban en el ámbito como algo celestial. Los hombres y jóvenes respondían desde el coro, con sus roncas voces varoniles, quizá desentonadas, pero dando una sensación de fe y de buena voluntad que se ha ido perdiendo con el tiempo.
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Todavía perdura que los altares sean limpiados por algunas familias. El de San José tiene una gran araña con velas; pende del techo con una cuerda enrollada, mediante la que era bajada los días de la novena para ser cuidadosamente encendida. Para mí la novena de San José tenía un significado especial. A ella seguía el septenario de la Virgen dolorosa, que tenía una letra muy emotiva sobre el sufrimiento y soledad de la Virgen durante el calvario de su hijo Jesús, nuestro Dios y Señor.
A la salida de la iglesia los jóvenes esperaban a las chicas, pudiendo disfrutar de un alegre parloteo. Cuando los hombres habían regresado del campo y del ganado se iban a cenar. Llegaban con frío y tomaban la última comida del día. En la brillante planchuela, y a su calor, quedaba la rica sopa de ajo y un trozo de tortilla pequeño, junto a la torta de chichones que, al calentarse, y gracias a la grasa, se ponía suave. A mí me sabía a gloria. Las mujeres fregábamos los platos. Como todavía la noche era larga, se trabajaba un rato entre el chisporroteo de los leños. Los varones se quedaban un rato para hacer compañía a las mujeres y cuidar el fuego, pero se acostaban pronto pues debían madrugar.
Febrero, eres corto, pero eres frío; tienes malas bromas, pues a veces andas con nieve por los tejados. También traes gripes y constipados, con los que te despedimos hasta el año que viene, disponiéndonos a recibir a tu vecino Marzo.
Marzo
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Marzo, ya llegas con ímpetu, con fuerza, y nos vas anunciando la Primavera que, si bien nos la trae tu calendario, no es así en esta tierra que, como decía Antonio Machado en uno de sus versos, “primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega…”.
Tus días son más largos, el sol empieza a calentar, pero el aire del Norte sopla fuerte, bravío, obligando a refugiarnos al abrigo de alguna pared. ¡Cómo te recuerdo, con mi pañuelo a la cabeza, un mantón negro de buen paño, mi bolsa de cretona a flores para la merienda, saliendo a cuidar a mis corderillos! Tenía que luchar contigo: a veces ocultabas tu sol y, en un instante, de tus nubes, que corrían vertiginosas, caían gruesas gotas que empapaban la ropa, teniendo que correr con el rebaño a los corrales, luciendo poco después el sol maravilloso.
¡Cuántos días de mi vida pasaron así, en los que los sueños de una vida mejor se fueron perdiendo en la triste realidad!
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Porque yo soñaba, sí, soñaba, quería saber mucho, quería ser maestra, pero aquellos años de la posguerra fueron duros, especialmente para mi familia, que fue duramente azotada. Yo tenía que estar al pie del cañón, cumpliendo unas tareas inadecuadas para mi edad. Así, al contacto con la Naturaleza iban mis ilusiones perdiendo fuerza. Nadie podía imaginar que una criatura rolliza, con la piel abrasada por el aire y el sol, que regresaba a su casa tarareando una canción como un ser feliz, tenía que renunciar al ideal de su vida sin rebelarse, porque mi deber era aquél, siendo así mi sueño imposible. ¡Cómo recuerdo a mi amado padre, cómo tuvo que luchar en esta vida! Ese ejemplo suyo me daba fuerzas para seguir adelante, siendo un estímulo para vencer las vicisitudes que salen al paso.
Marzo, ¡perdóname!, me he alejado de ti para seguir errante por mi infancia. Aquí me tienes otra vez, y a pesar de tus bruscos cambios, yo te quería mucho por ir dejando atrás el duro invierno y traernos esta dulce primavera, que es la alegría de la vida. En tu calendario encontramos el día 19, fiesta de San José, veneradísimo en mi pueblo. A veces tus nubes nos regalaban con nieve: “Flores a la Virgen”, decían las abuelitas al llegar el 25 de Marzo.
Así iba pasando este mes cuaresmal, lleno de ensueño, para entrar en la Semana de Pasión. Los altares de las iglesias quedaban tapados por lienzos negros, vestidos de luto, anunciando la muerte del Señor. Así permanecían hasta el domingo de Pascua. Eran días llenos de respeto religioso. Como la vida ha evolucionado han ido cambiando algunas de las costumbres practicadas en la Iglesia, pero aún recuerdo el Jueves Santo, con sus “monumentos” y demás ceremoniales. El Viernes por la mañana era transportado el Señor desde el “monumento” a su Santuario. Las campanas enmudecían desde el Jueves por la mañana y, para anunciar las ceremonias, los monaguillos iban por las calles con carraclas gritando: “¡A misa….!, ¡al rosario…!
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El Viernes se trabajaba, pero todos corríamos al Santo Vía Crucis. Se celebraba tarde, para que acudiesen a él también los pastores. Después se adoraba la Santa Cruz. El Sábado, a media mañana, repicaban las campanas. ¡Qué alegría en el corazón! Llenaban la pila con agua bendecida y todos acudíamos a recogerla en la jarra más bonita de nuestro armario para, después de bien limpia la casa, rociarla y bendecirla.
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¡Pascua de Resurrección! ¡Qué bien sonaban en mis oídos, tras aquellos días tristes, los cánticos de “¡Aleluya, aleluya!”, y os diré en secreto que tu cielo, bien de Marzo, bien de Abril, lucía siempre este día maravilloso, espléndido, como rindiendo pleitesía a tu Resurrección, Señor. Era un día en el que todos, con nuestras mejores galas, acudíamos a rendirte amor. En honor de nuestros estómagos teníamos una rica comida, y nuestros corazones sonaban a campanas de Pascua.
Abril
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Y sin pensar me he metido en Abril, y “en Abril las aguas mil”, según reza nuestro refrán. Los árboles están reverdeciendo, indicio de primavera, y tus campos lucen espléndidos verdes como pinares. Las hojas, ya más fuertes, son espuntadas por los corderillos. En este mes el despertar del campo es amplio.
Se siembran las patatas en nuestra fuerte tierra de secano. No se riegan a su debido tiempo, y por eso se criarán grandes y pequeñas. Éstas últimas se cuecen en grandes calderos para los cerdos y gallinas, unidas a los desperdicios de la selección del trigo, cuya fina harina se emplea para elaborar el rico pan casero. Estos desperdicios suelen llamarse harina de tercera, “salvado”, que es la cascarilla que protege la harina seleccionada.
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Ya la tierra se abre en profundos surcos mediante la labranza, ayudados por yuntas de bueyes o mulos. Se utilizan los aperos o vertederas, provistos de una larga manguera de madera, conducida por la mano del hombre, que duramente debe seguir y dirigir a las bestias paso a paso. Posteriormente se introdujeron también los bravanes, que son arrastrados por cuatro animales mediante gruesas cadenas. Este medio de labranza resulta más fructífero, pues sus grandes cuchillas abarcan más centímetros de tierra, y así pueden desarrollar más trabajo.
Así quedan los campos preparados para la sementera, que no será hasta finales de Septiembre. El aire y el sol del verano dan elementos necesarios para su fertilización. A ello contribuye el estiércol que producen los ganados, siendo sustituido en parte por los nuevos abonos minerales.
El día 5 de Abril, San Vicente Ferrer, es fiesta patronal. Va siguiendo Abril con sus almendros en flor, sus riachuelos de agua cristalina. Toda la Naturaleza se abre pujante para recibir al mes de Mayo.
Mayo
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Mayo, ¡qué hermoso te consideré siempre! ¿Sabré con mi pluma expresar los sentimientos de mi corazón?
Aunque un poco tardío, el sol calienta; los trigales, con la hoja ancha, se van transformando y se convierten en altas cañas que, al correr del tiempo, serán hermosas espigas. Éstas son mecidas dulcemente por la brisa de Mayo que, en general, es más suave que en meses anteriores. Los márgenes de los campos están cubiertas de hierba fresca, finísima, y todos los árboles han echado sus brotes o flores. Se cultiva en este mes el poquito de huerta que se siembra. Las aguas, en esta época, satisfacen las necesidades de riego. No será así al llegar Julio, cuando la única agua disponible será la de la lluvia.
En los pequeños huertos de casa se cultivan flores, como azucenas, clavelinas, amapolas, margaritas, … En el yermo del monte las encontramos variadísimas: flores silvestres de todos los colores que dan encanto al paisaje. Los pajarillos forman sus nidos y cantan ruidosamente al amanecer. El monte huele a hierba fresca, a flores, a tomillo, y todo este conjunto de cosas hace que el corazón se sienta como la Naturaleza misma.
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En mi niñez lo consideraba bonito por ser el mes de la Virgen María. Le llevábamos nuestro ramillete de flores y una humilde poesía enseñada en el colegio o por nuestros padres. Dábamos lo mejor de nosotros mismos, nuestro corazón infantil, limpio, transparente. Acudía mucha gente mayor. Primero se iba al rosario. Las jovencitas desgranaban sus bien timbradas voces, terminándose con las ofrendas infantiles. Después de rezar el “Ángelus” salíamos del templo con devoción.
Toda la gente se echaba a las calles: en el frontón jugaban a pelota. Las chicas iban a pasear por la carretera hasta la hora del baile. Se jugaba a la soga, a saltar, a prendas, al billar. Los mozos se divertían con la “barra”. Mi Larués, pequeño, sí, pero había mucha juventud y alegría por doquiera, pues la gente todavía no había emigrado a las ciudades. ¡Lástima que el progreso y un querer vivir mejor dejen abandonados a los pueblos, quedando en algunas épocas sólo personas mayores! ¡Cómo podría explotarse tu suelo, con más ganado lanar o vacuno!, porque tu profesión, honrado labrador, es tan digna y necesaria como cualquier otra. Han ido quedando atrás los recelos de los ciudadanos, que nos miraban por encima del hombro. Ya no están reñidas la Cultura con la Agricultura.
En el mes de Mayo se celebraban muchas festividades. Las buenas comidas iban acompañadas con postres de leche. En aquellos tiempos, sólo este mes y Junio gozaban de tal privilegio. Casi todas las casas tenían su rebaño de ganado, con algunas cabras que eran ordeñadas entonces, al ser los cabritillos ya grandes para la venta. Como el monte se conservaba muy verde todavía, los animales tienen más leche, al estar bien alimentados, pudiéndose hacer diariamente las riquísimas “sopas de leche”. Así, Mayo querido, con el paladar muy dulce, me paso a Junio, que también tiene su encanto.
Junio
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Junio, haces crecer los trigales día a día. Tras haber hecho la escarda y limpiar las malas hierbas en Mayo, haces subir pujantes las doradas espigas. Los ordios son más tempranos, y pasado el 20 de Junio suele el segador tronchar sus cañas. Es triste, pero el cereal nace para ser cortado y triturado. Así nos presta un gran servicio.
El día 13 de Junio es San Antonio, y la tradición popular rezaba que las bestias no trabajasen en ese día, en honor a su patrón. Los hombres dedicaban el día a entrecavar las patatas o el huerto. Los ganados son encerrados en quiletadas, para que duerman más frescos y vigilados por el pastor. Era típico ver a los pastores con su lechera transportar tan rico líquido a su casa.
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Entre Mayo y Junio se celebra la Pascua de Pentecostés, celebrándose en Larués durante dos días. Es una fiesta muy bonita. El segundo día se va a una ermita, llamada de San Cristóbal, que está tocando al pueblo. En ella se celebra la Misa Solemne, volviendo a la tarde para rezar el rosario y hacer la ofrenda de flores. El sacerdote bendice el pan y el vino. Conforme van saliendo los filigreses les es entregado a cada uno un trozo de pan bendecido. Más tarde les darán el vino necesario. El Ayuntamiento mata algunos corderos que, después de guisados, son servidos en la plaza. En una mesa se instalan las autoridades con sus invitados; en otra, los jóvenes, y en otra más el resto del pueblo.
No hace falta decir que el vino es servido abundantemente, y los ánimos se van exaltando. A veces tiene lugar alguna discusión, producto de los excesos. Es un día muy alegre, en el que la gente se divierte mucho.
En esta fiesta de Pascua, como también en la anterior, es costumbre que los mozos “enramen” con un ramo de olivo a las chicas durante la noche. Al día siguiente ellas les ofrecen una docena de huevos de los más frescos, para que se hagan la merienda de Pascua. ¡Qué algarabía forman los muchachos escalando las ventanas o balcones! Con sus buenos tragos han dejado algunos olivos desprovistos de sus ramas.
También es muy interesante en la vida de Larués el día de Corpus Christi. En la plaza, donde el sol ya calienta bastante, se coloca una mesa tapada con blancos lienzos bordados y un arco alrededor. Este día, el Santísimo es llevado en procesión por todas las calles del pueblo, bajo un palio que es transportado por cuatro concejales. En todos los balcones y ventanas hay colgaduras y cubiertas, lo más bonito que hay en la casa. Las niñas van con blancos vestidos, arrojando al Santísimo las flores que guardan en sus bonitas cestas. Se detienen en la plaza unos minutos y en la mesa de antemano adornada reverencian al Señor con incienso. El Himno “Cantemos al Señor” resuena en todos los corazones.
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El domingo de Sacramento se repite la misma ceremonia, aunque con mayor sencillez.
Este mes de Junio es bastante activo y variado. Se recogen las hierbas, que serán el sustento del ganado y demás animales en el invierno. Deben cuidarse los pequeños huertos, cruzar las tierras que se labraron temprano, en las que ya lucen los hermosos cardos, y cuidar el ganado. Algunos hombres cuyas casas tienen pocos campos van a la Ribera, donde la cosecha es más temprana, para ganarse un jornal, y así luchan con la fiereza del sol, entre las cañas de las espigas.
¡Cómo han crecido los corderos en esta primavera! Sus tiernos dientes se han endurecido con el tiempo y triscan la verde hierba. Por las paúles y buyerales pastan las manadas de yeguas y vacas, con sus potrillos y terneros. Antes del amanecer se sacaban los bueyes a apacentar por el monte, para iniciar a su regreso las labores en la labranza.
Llega la víspera de San Juan. No es fiesta de guardar, pero en este día acontece algo excepcional. Se corta un ramo de malvas y hierbas perfumadas y se llevan a bendecir. Se cuelgan hasta el año siguiente, que serán sustituidas por otras. La tradición las considera medicinales. En la madrugada de este día se recoge agua, no del manantial, sino corriente, antes de la salida del sol, para que no pierda su valor.
El día de Santa Orosia es fiesta en nuestra Jacetania. La santa es llevada en procesión por todo Jaca, siendo costumbres subir un concejal de cada pueblo a dicha procesión. Después de la misa se sale a despedir, y por la tarde a recibir, con la Santa Cruz.
San Pedro, la feria de Jaca. Es curioso. Suben de todo el contorno para tratar con las bestias y ganados, donde serán bien o mal vendidos, pues este dinero es necesario para los gastos del verano. Me despido de ti, querido Junio, para saltar a tu hermano Julio que, aunque me gustas, me vas a resultar pesado y duro.
Julio
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El calor aprieta, y ya tenemos próxima la siega del trigo. ¡Cómo lucen los trigales, dorada su mies y preparada para el sacrificio!
Han subido los ganados a los puertos anteriormente arrendados. El clima allí es más fresco y la hierba está verde. Los animales se fortalecen para combatir los rigores del invierno. Suelen subir todos los rebaños del pueblo juntos, siendo cuidados por tres o cuatro pastores. Éstos se malalimentan a base de migas, tocino y cebolla. Son muy malos parajes, transportándose los alimentos mediante borriquillos. Si alguna oveja o cabra se despeña, es recogida y su carne se sala y seca al aire y al sol, resultando el “salón”. Los ganados han sido marcados con pez. Ya de recién nacidos les han señalado las orejas, marca que siempre perdurará. Mucha gente sale a verlos marchar. Ellos corren vertiginosamente al compás de sus esquilas.
Ya hemos empezado la siega, con hoces o guadaña. En algunas casas tenían también atadora o agavilladora. Es buena tierra, pero las piedras a veces dificultan la tarea. Los caminos eran malos, y las máquinas se averiaban al ser transportadas. ¡Cuántas veces hemos visto aparecer el sol en el firmamento! Conforme va ascendiendo calienta con más fuerza. Es pesado estar todo el día bajo sus rayos.
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Se comía a menudo. A las diez echábamos la “macarrona”: pan con vino y azúcar. Al mediodía por los caminos aparecían las mujeres, con sus blancos pañuelos y la cesta de la comida en la cabeza. Se esperaba con ansia este momento. Se buscaba una sombra y comíamos todos en familia. Los hombres duermen la siesta; las mujeres deben fregar los platos y preparar la ensalada para la merienda. Pronto hay que reanudar la tarea, no vaya a ser que una mala nube se lleve el esfuerzo de todo un año, y así, con ese incentivo, desarrollamos con brío el trabajo. Hace mucho calor. La mies, durante el descanso, se ha resecado por el sol, y los pinchos saben “acariciar” nuestra piel. Nos hacemos una gaseosa de papel con agua fresca, y otra vez a la tarea.
Entrada la noche, se regresa a lomos de las caballerías, bajo el destello de las estrellas y el canto de los grillos.
La siega duraba de quince a veinte días. Santiago era la única fiesta del mes. Hasta la hora de la misa se segaba algún campo cercano al pueblo. Las mujeres aprovechaban para hacer algún poco de limpieza, pues en esta época se hacía sólo lo más indispensable. Por la tarde disfrutábamos todos juntos.
Ya queda poco de ti, Julio, y nos adentramos en tu hermano Agosto, caluroso y acogedor.
Agosto
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Agosto, me parecían bonitas tus costumbres; ya con la siega hecha llegaba la trilla. El calor era sofocante, pero el trabajo menos duro y más variado. Las eras están llenas de personas dedicadas a las mismas tareas. Os diré por orden cuáles eran.
El acarreador salía con sus bestias temprano por esos caminos de Dios en busca de la mies para poder trillar. Si los campos estaban lejos, salía a la una o las dos de la madrugada, durmiendo con el calor. Nos levantábamos con el alba para entrar la paja o cuidar los animales empleados en la trilla, sacándolos a pastar al monte.
Luego se ensanchaba la “parba”, o sea, los fajos acarreados durante la noche. Entre tanto se almorzaba, mientras iban acudiendo las bestias del monte. Se formaba una yunta o dos, según las posibilidades de cada vecino. Las yeguas o caballos eran más ligeros que los clásicos machos. Éstos servían mejor para el acarrero, pero colaboraban en todo, quedando al final del verano flacos y medio cojos.
Los animales, guiados por una persona, daban vueltas y más vueltas. Era pesado, pero el agua fresca y el descanso en alguna sombra ayudaban a continuar. Cada hora se “encontornaba”, dándole vuelta a la mies. Las mujeres aprovechaban para remendar los sacos y sábanas gruesas que se desgastaban.
A mediodía temprano, mientras el sol calentaba las espigas, se desenganchaban las bestias, inquietas ya por el acoso de las moscas, llevándolas a abrevar. Nuevamente se encontornaba. La mujer preparaba la comida, tras haber atendido a numerosas tareas, no sin haber ido a la fuente para traer un cántaro de fresca agua.
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La siesta era pequeña en el mes de agosto. Ya va acortando la tarde y se ha de aprovechar el tiempo al máximo. Nuevamente a la trilla, cantando para espantar el sueño que nos tienta. Se recoge la parba con una “retabilladora” grande sostenida por una persona, mientras que otra conduce la bestia con un ramal.
Ya está preparado el montón para su selección y la aventadora con su manivela. Se merienda un poco y se prosigue entre el molesto sol y el polvillo de la paja, que se mezcla con el sudor. El sol va bajando al compás del montón. Una persona hace funcionar la aventadora mediante la manivela, otra echa la mies por la parte superior, y otra aparta el trigo, la paja y los morazos con palas de madera.
Cuando el aire cambia, sobre todo si viene el bochorno, se viene todo a la cara, y no se puede continuar, teniéndose que cambiar la aventadora de posición, como todo lo demás, perdiéndose un tiempo precioso. Acabado el montón grande se avienta el pequeño de los morazos.
Se selecciona el trigo y, entrada la noche, se llenan con él los sacos, transportándose al granero. Es el final de la jornada, para alegría de todos, repitiéndose los mismo a lo largo del mes de Agosto. A pesar del cansancio cumplíamos con nuestras tareas, ya que entonces culminaba el esfuerzo de todo un año.
A veces las grandes tormentas nos dificultaban. En la siega corríamos todos a guarecernos en los corrales. Durante la trilla las tormentas entorpecían grandemente. Al día siguiente se debía darle vuelta a la parba para que se secase al sol, pues mojada no se podía trillar, y casi se perdía todo un día, como mínimo. Se barrían las eras con grandes escobas hechas de ramas atadas. Debíamos acudir a los campos para recoger y ordenar los fajos que se llevaban los vendavales, y se les daba la vuelta, pues las espigas se aferraban a la tierra con sus grillones. Así, luchando con los elementos de la Naturaleza, el pobre labrador está a merced del tiempo, que a veces no es muy compasivo.
Mes de Agosto, sólo cuentas con una fiesta en tu haber, siendo esperada su llegada ansiosamente: el día 15 se celebra la Asunción de Nuestra Señora (“el día de la Virgen”). Poco a poco se va desgastando el mes, que resulta típico, pues los vecinos se juntan por los caminos y se relacionan.
Todo este proceso ha cambiado hoy en día. La maquinaria ha sustituido en parte la mano del hombre; la “concentración parcelaria” ha cambiado la distribución de las propiedades, facilitándose el trabajo, que ahora es cumplido en menos tiempo y esfuerzo gracias a las Cooperativas.
Agosto, me eres simpático, pero ya te acabas, trayendo de la mano a tu vecino Septiembre.
Septiembre
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Hasta la Virgen de Septiembre se limpiaban las eras. Antes de la llegada de la aventadora todavía perduraban los montones de mies trillada, en espera de que el viento suave separase el grano de la paja. Se iban recogiendo los pajuzos para trasladarlos a los corrales de ganado, en los que se convertirían con el tiempo en estiércol para la sementera. ¡Qué bonita quedaba la era! Tras las lluvias, los granos de trigo ocultos brotaban en grillones.
Septiembre aportaba a las mujeres una relativa tranquilidad. Se debía lavar mucha ropa, limpiar la casa concienzudamente, recoger lo que se producía en los huertos y, ¡cómo no!, salir a los portales para coser un poco.
El 8 de Septiembre era la feria de Berdún. En este lugar vivía la familia Lacadena, poseedora de una gran pardina lindante a nuestro pueblo. La cultivaban algunas familias. En este día le iban a pagar los tributos o arriendos, y era típico ver abundantes caballerías cargadas con sacos de trigo rumbo a Berdún. Actualmente dicha pardina ha pasado a ser propiedad del pueblo, dándole más riqueza al municipio. Cada vecino tienen derecho a algunas parcelas, perdiéndose si se ausenta de Larués para habitar en otro lugar. Se realizó la adquisición aproximadamente por el año 1955. Fue una buena inversión, pagándose con los ingresos obtenidos con la tala del pinar de Puya-Selva.
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Por esta época también se realizaba una pequeña “corta de madera” que se llamaba “limpia”. Se talaban árboles contrahechos o medio secos, para poder hacer un lote de leña para cada vecino. Subía al monte un hombre de cada casa para realizar tal tarea. Solían trabajar poco, pero lo pasaban en grande; con la alforja bien repleta de comida y vino solían “comadrear”, y no había secretillo en el pueblo que no saliese a la luz. Se repartía la leña y cada uno bajaba la suya. Se regresaba por el camino del abrevadero, del lavadero y de la fuente. Las mocitas, con el cántaro en la cadera, esperaban ver aparecer a los leñadores.
Este mes era propicio para la celebración de las bodas. Siempre constituían una alegría para los novios o acompañantes. La víspera de la ceremonia se hacía el baile de despedida de solteros. El día de la boda se hacía un banquete en cada comida. La boda se realizaba en el pueblo de la novia, trasladándose a él el novio y los acompañantes. Se regresaba al pueblo, que en adelante sería el suyo, montados en caballerías bien aparejadas y adornadas. Cuando la novia es del mismo pueblo, tras una buena comida y alegres canciones, el novio pagaba algún dinero a los mozos por haberles quizá “robado” una moza del pueblo . Si alguno de los cónyuges era viudo ponían en su puerta una “carnuzada” o “esquilazos”. En cualquier caso, se ignoraba dónde dormirían los novios. La noche de bodas se pasaba en el pueblo, y no se hacía el viaje de “luna de miel”. Si se llegaba a conocer el lugar exacto donde pasarían la noche los novios, ya no se les dejaba tranquilos un momento hasta el amanecer. El día de bodas era de alegría para todos, con los repiques de campanas, cohetes, peladillas, buena comida y baile. A la novia le daban en su casa una pequeña dote, el ajuar y la habitación. Ella pasaba a disfrutar lo que poseía su consorte, teniendo que hacer la “renuncia” a la heredad de su casa natal. También quedaba comprometida a cuidar a los abuelos o “tiones” que se encontraban en la casa de su esposo.
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Como en general después de la boda venía el bautizo, voy a explicaros cómo se celebraban. Era costumbre hacer chocolatada, con la típica torta-buena para todos los invitados. Después se solía servir un refresco y repartir peladillas. Los padrinos, si eran pródigos, echaban peladillas, caramelos y calderilla, o bien almendras, por las calles. Los chiquillos corrían alborozados, siendo empujados por alguna madre que se mezclaba entre ellos.
En el bautizo, a los recién nacidos no les gustaba la sal, y algunos lloraban. En general, la madre no acudía al bautizo, pues permanecía en casa reponiéndose hasta la celebración de una misa, en donde quedaba purificada. El bebé quedaba instalado en la casa, bien en una cuna o en la cama de los padres.
También se realizaba el retorno a la escuela. Sólo hay una en el pueblo, por lo que era regentada por una sola maestra. Recuerdo a la que tuvimos en nuestra infancia. Permaneció muchos años en Larués, donde murieron su esposo y alguna de sus hijas, que fueron enterradas en un nicho de cristal en el cementerio, que ha desaparecido con el paso de los años. En el invierno acudíamos muchos alumnos, quizá de 60 a 70, entre niños y niñas, para reducirse el número a la mitad con el comienzo de la primavera. Al llegar a los diez años apenas se acudía a la escuela. La maestra poseía una gran personalidad, y nos trataba de convencer para que fuésemos acudiendo y salir más preparados. Había un señor en el pueblo que conocía la aritmética y durante el invierno hacía escuela para adultos, acudiendo los más aplicados para recordar o aprender algo nuevo.
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En Septiembre se recogen también las patatas y algunos frutos, pero mi pobre Larués tiene tan pocos que a veces han sido arrancados ya por las manos de traviesos chiquillos.
En este mes se visitaban los parientes que vivían en otros pueblos. También se solía intercambiar la simiente de un lugar a otro. La paja sobrante se subía en caballerías o carros para venderla a cambio de patatas o judías secas. Tenía lugar la venta del trigo. La cebada se guardaba para los animales domésticos. En el molino del pueblo se trituraba el grano para el abastecimiento anual de pan, cuyo consumo era alto en relación a otros alimentos.
Llega San Miguel, el “santo revolvedor”. Es la fecha destinada para cambiar los asalariados de dueños o bien renovar el “contrato”, siempre verbal, hasta el próximo San Miguel. Ya bajaban los ganados de Puerto. ¡Con qué ilusión los esperábamos! ¡Cómo había crecido su lana, recién esquilada, durante el verano!
Ya con los campos preparados para la siembra me paso a Octubre.
Octubre
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Octubre, ¿qué diré de ti? Me traes muchos recuerdos que debo esconder en mi corazón. El clima es bastante benigno y los hombres han comenzado la siembra. Madrugan mucho. El monte es largo y algunos campos distan una hora de camino. El día acorta bastante y el trabajo se hace largo y pesado. Si se siembra hasta el 15 ó el 20 dicen que resulta mejor. Almuerzan de buena mañana, con su sartén de migas, acompañando con una sardina o un trozo de tocino frito, sin faltar la ensalada de pimiento asado con cebollas de Fuentes de Ebro.
Durante el verano la despensa ha quedado medio vacía y se deben racionar los alimentos. En esta época, si se trabaja lejos, no se les lleva la comida. Ésta se toma fría, basándose principalmente en un poco de jamón, longaniza o carne asada, regado con un trago de vino tinto, nunca faltando la bota en las alforjas. Regresaban ya entrada la noche y se les guardaba una cena fuerte, a base de judías o verdura, seguido de un guisado de carne con patatas.
El primer domingo de Octubre se celebraba la Cofradía de la Virgen del Rosario. Los cofrades se juntaban todos en una casa, variando cada año. Parecía una competición de comidas: ¡A ver quién la podía presentar mejor! La mujer o la hija de cada cofrade acudía trayendo la comida. La Cofradía aportaba el vino y un kilo de carne por familia, sustrayéndose de los fondos comunes.
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Este mes se celebraba el “Mes del Rosario”. En las mañanas del domingo tenía lugar el “Rosario de la aurora” por todas las calles del pueblo. El 12 de Octubre era muy celebrado en Larués; para eso la “Pilarica” es la patrona de nuestra región. Tenía lugar la despedida de los “quintos”. En esta fiesta teníamos cabida las mujeres; se hacía una buena chocolatada, reinando la camaradería entre la juventud.
En esta época se hacía la vendimia. Pocas casas poseían viña. Las uvas se pisan en el lagar y, pasados unos días, se prensan, para extraer el vino, mosto y vinagre.
Las ferias de Jaca se celebraban el 17. Acudían bandadas de gitanos con burros, resultando pintorescos con sus pies descalzos y el pelo enmarañado. Se guarecían en los corrales del monte. Por lo caminos aparecían gentes de lejanos pueblos, que venían a intercambiar y tratar con sus animales.
Así va transcurriendo este mes, con la llegada del frío y del fuerte viento del Norte que preludian el invierno; aunque el calendario no lo anuncia hasta Diciembre, en nuestras tierras aparece pronto, dando de ello respuesta el termómetro.
Noviembre
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Ya estamos en Noviembre, que nos resulta triste. ¿Por qué?, me pregunto. Quizá porque las campanas comienzan a doblar a muerto.
El día de Todos los Santos acudimos al Camposanto a rezar el Rosario; con la misa de difuntos se prepara el ánimo para la meditación.
También la Natualeza se entristecía. Los árboles perdían su verdor; el viento se arremolinaba y esparcía las hojas secas. Al calor de la lumbre se “escorcollaban” las almendras y nueces, que quedaban desprovistas de su verde envoltura exterior, y se “esgranaban” las judías para secar sus granos. Se trabajaba el cáñamo hasta conseguir su hilatura, que sería tejida en gruesas sábanas o fuertes telas empleadas en las labores del campo.
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Noviembre me recuerda el otoño del hombre, que va caminando hacia su final ineludible. Por esto me gusta tanto la primavera, llena de belleza, juventud e ilusiones…
No te enfades conmigo, Noviembre, pues eres mes de reflexión. ¡Lo necesitamos tanto los humanos!. Así llego a este refrán, que dice: “Bendito mes que entró por Todos Santos y salió por San Andrés”.
Diciembre
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Diciembre, ya estás aquí. Eres el último del año, aunque el más hermoso, a pesar del frío que nos traes. Entonces nacen la mayor parte de los corderos, manteniendo muy ocupados a los pastores. Las ovejas madres son las mimadas del rebaño, reservándose para ellas lo mejor, como son los rastrojos con sus brotes, pipirigallos, la hierba de los huertos, etc… El resto del ganado se junta, cuidándose entre unos cuantos ganaderos que los conducen por los yermos de las sierras. Deben afilar sus dientes para poder subsistir. Este rebaño recibe el nombre de “bacivo”. Se les daba sal para que comiesen mejor.
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Pronto llega el frío y la escarcha de la noche consume la ya escasa hierba, debiéndose recurrir a los piensos. Va transcurriendo Diciembre, trayéndonos las primeras nieves, dejando atrás el aire melancólico de los meses anteriores.
Ya se van acercando las Navidades y se hacen los preparativos. La alacena huele a turrón, que se cierra bajo llave, si no…. ya es de suponer. La masada recién cocida para tener pan tierno… ¡y por fin es Noche Buena! Las copas de los árboles blanquean; los pajarillos se refugian en los corrales al calor de los animales. Mi padre sube los troncos más gruesos que hay en el corral. “¿Para qué tanto, padre?”, preguntamos curiosos. “La noche está muy fría, hijos, y hay que calentar al Niño”.
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Así, entre el chisporroteo de los leños, celebrábamos la Noche Buena. Cenábamos temprano para acudir a la Misa de Gallo. La cena es sencilla y semejante cada año: “bainetas” enrastradas en el verano, escarola y algún pescado. También tenemos turrón y vino “melau” (quemado su alcohol, y con azúcar, membrillo, pera asada, higos secos y pasas). Las llamas, entre violáceas y rojizas, bailaban sobre la superficie brillante del vino puesto a quemar. La alegría se adueña de nuestros corazones. Cantamos villancicos, hacemos bromas, … No es el efecto de la comida en sí, sino algo más profundo, algo que adivinamos los cristianos.
Entre rezos y algaraza, suena la campana, un poco ronca por la nieve. Hace mucho frío, pero con el espíritu alegre y nuestra mejor ropa acudimos a la Iglesia. Os diré en secreto que es costumbre estrenar alguna prenda en esa misteriosa noche. Los pastores acuden con sus zamarras y tambores; son los primeros en adorar a este Niño chiquitín y puro que reposa en su humilde pesebre. ¡Él, que pudo nacer en un Palacio! Hermoso mensaje para la humanidad. Entre villancicos y zambombas vamos pasando todos estampando un beso en su rodilla. Él sonríe y parece decirnos: “¡Conservad esa alegría!”. Acabada la misa, acudimos a casa, y es tradición hacer “colación” que se basa en un poco de longaniza y vino, finalizando así la Noche Buena.
El día de Navidad es muy celebrado. El tiempo transcurre, llegando el día 28, los “Santos Inocentes”, que resulta ser la fiesta de los pícaros, que nos enriedan con bromas y pequeñas mentiras que son bien aceptadas, en general. El año se despedía echando “Santos y Santas”, todos en familia. Se comía turrón y se bebía vino melau. Así, con el corazón alegre, cae un año más en nuestras pobres vidas. Suenan las doce campanadas, y nuestro corazón late, esperando que el Año Nuevo sea de amor, paz y felicidad.